15 dic 2012

EL ARBOL GAROE


Las cuatro cosas más famosas de Canarias 
Dos cosas hacían famosas en el mundo a las Islas Canarias en la mitad del siglo XVI, al decir del cronista de Indias Francisco López de Gómara: «los pájaros canarios, tan estimados por su canto, que no lo hay en ninguna otra parte, según afirman, y el canario, baile gentil y artificioso». Pero otras dos habría que añadir para ser justos con la extraordinaria fama que las Canarias alcanzaron en la España y en la Europa del Renacimiento avanzado: las  endechas «de Canarias», que tanta influencia tuvieron en los músicos y poetas españoles de mitad del XVI, y el Garoé, el árbol milagroso «que manaba agua». Ni que decir tiene que esos cuatro motivos, por lo novedosos que eran en el Viejo Continente y por provenir de unas tierras inéditas de las que se contaban maravillas, se convirtieron pronto en legendarias y, andando el tiempo, en otros tantos tópicos que han quedado en la literatura clásica de las Islas. 


De esos cuatro motivos, sólo uno, el del Garoé, está vinculado con exclusividad a una sola Isla, siendo los otros tres generales, sin que pueda asignárseles un origen insular concreto. Pero, curiosamente, la isla de El Hierro puede tener el orgullo de ser la única en reivindicar para sí el origen ─siquiera sea compartido─ de los cuatro, y en el caso del Garoé, la indudable exclusividad. Con respecto a los pájaros canarios habitan las zonas más boscosas de todas las islas occidentales (desconociéndose en las de Fuerteventura y Lanzarote). Del  baile canario, introducido sin duda en el Continente por los esclavos isleños, y que tanto gustó en las cortes europeas y en los ambientes populares españoles, dice Torriani, que los herreños «bailaban cantando, porque no tenían otro instrumento; y creo que de allí tiene su origen el famoso baile canario» (el subrayado es nuestro). Y respecto a las endechas, de El Hierro procede así mismo una de las dos únicas que se conocen en lengua guanche (la otra es de Gran Canaria), recogidas por Torriani en su Descripción de las Islas Canarias. Dice que decían así los herreños:

Mimerahanà zinu zinuhà 
Ahemen aten haran hua 
Zu Agarfù fenere nuzà. 

Y que traducida al castellano, quería decir:

Acá nos traen. Acá nos llevan.   
Qué importa leche, agua y pan,  
si Agarfa no quiere mirarme.


El mito del árbol que manaba
El motivo del Garoé, bien por lo que tuvo de cierto, bien por lo que la leyenda ha hecho de él, ha de considerarse con toda justicia el símbolo principal de la Isla de El Hierro. Gracias a él la isla de El Hierro, siendo la más pequeña del Archipiélago, tiene un puesto seguro entre las maravillas de la naturaleza del mundo entero, y a su conocimiento y comprensión se han dedicado naturalistas famosos, viajeros insignes e historiadores de primer orden. Y gracias a él, el Hierro tiene una literatura abundantí-sima en la que no escasean los relatos más fantásticos y se acomodan las historias locales a las leyendas más universales

  Hay que decir, sin embargo, que la fama del Garoé, fue fraguada en la tradición oral, como siempre ocurre con los mitos. Y que de todos los  cronistas, historiadores, naturalistas, científicos, viajeros y curiosos que lo citan, sólo unos pocos ─poquísimos─ pusieron sus pies en la isla de El Hierro, y menos aún fueron los que llegaron a ver con sus propios ojos aquel árbol milagroso. De donde se deduce que lo que se escribe, se debe más al comentario y a las referencias que se habían oído que a lo que los ojos habían visto, y así, poco a poco, invención tras referencia, y fantasía tras naturaleza, se ha forjado el mito del Garoé, siendo éste generalmente el único tema que se cita de la geografía y de la historia de El Hierro. Por ejemplo, a mitad del siglo XVI, el cronista de Indias López de Gómara lo que dice de El Hierro se reduce a bien poco: «El Hierro, según opinión de muchos, es la Pluitina, donde no hay otra agua sino la que destila un árbol cuando está cubierto de niebla, y se cubre cada día por las mañanas: rareza admirable de natural». Mientras que un siglo más tarde, en 1678, otro historiador, José Martínez de la Puente, que escribe sobre las Islas según lo que ha recogido de autores anteriores, limitándose también al motivo del Garoé, tiene que dar ya, empero, una larga lista de los muchos autores que han tratado del tema ─y en esa lista no están todos─, extendiéndose en consideraciones novedosas y en interpretaciones personales y dejando constancia de su desaparición: «La Isla de El Hierro llamada en Griego Hombrion, y en Latín Pluvialia..., porque en  ella no había agua de fuente, ni de pozo; y la Providencia Divina (que a nada falta) ordenó que sobre un árbol muy copado, que estaba en ella siempre verde (y lo que más es, sin crecer, ni envejecerse) llamado Til; todos los días al amanecer se ponía una niebla, a manera de nube alba, que le cubría de rocío, y se destilaba por las hojas tan copiosamente agua dulce muy buena, que llenaba un estanque, dispuesto a propósito al pie de él, para cogerla, de donde bebían todos los hombres y ganados de la Isla...  Este árbol Til duró así más de 3 mil años, hasta el de 1626 de nuestra Redención (con poca diferencia) que le arrancó un gran temporal, y que dejó algunos vástagos, que tenían la misma virtud; pero que habiéndose secado, se hicieron después tantos pozos y aljibes que no se echó menos el Til».

¿ Cómo era ?
Empieza diciendo Abreu que «el tronco tiene de circuito y grosor 12 palmos, y de ancho cuatro palmos; y de alto tiene cuarenta desde el pie hasta lo más alto, y la copa en redondo ciento veinte pies en torno; las ramas, muy extendidas y coposas, una vara alto de la tierra. Su fruto es como bellotas, con su capillo y fruto como piñón, gustoso al comer y aromático, aunque más blando. Jamás pierde este árbol la hoja, la cual es como la hoja del laurel, aunque más grande, ancha y encorvada, con verdor perpetuo, porque la hoja que se seca se cae luego, y queda siempre la verde. Está abrazada a este árbol una zarza, que coge y ciñe mucho de sus ramos». 
A lo que conviene añadir, porque es de justicia, lo que de personal tiene la descripción de Torriani: «La verdad es que este árbol no es otra cosa que el incorruptible til... Este árbol busca los montes y es duro, nudoso y odífero. Tiene hojas llenas de nervios y parecidas a las del lauro. El fruto es medio pera y medio bellota; las ramas intrincadas; nunca pierde las hojas y no alcanza grandes alturas... Este árbol es tan grueso que apenas lo pueden abrazar cuatro hombres. Está lleno de ramas muy intrincadas y espesas. Su tronco está completamente cubierto con una pequeña yerba que crece en todos los árboles que tienen mucha humedad... Está tan torcido en su parte baja, que los hombres que van a verlo suben y pasean por encima de ella».

¿ Dónde estaba ?
Dice Abreu Galindo que el «lugar y término donde está este árbol se llama Tigulahe, el cual es una cañada que va por un valle arriba desde la mar, a dar a un frontón de un risco, donde está nacido en el mismo risco el Árbol Santo». Conociendo el lugar, la descripción del franciscano, es verdadera, pero a no ser por ese topónimo Tigulahe que cita, la localización podría resultar impracticable. Y resulta que el topónimo citado ha desaparecido sin dejar rastro: ni ha pervivido en la tradición oral, que es la vía más importante en la permanencia de la toponimia, ni siquiera ha quedado reflejada en cartografía alguna. 
Hoy preguntar por Tigulahe en El Hierro es preguntar por nada. De dónde tomó Abreu el topónimo es algo que no sabemos, ni él lo dice; y además nadie más vuelve a citarlo, a no ser que sea para repetir las palabras del historiador franciscano. Torriani se conforma con decir que «está situado encima de un barranco, en la banda del norte», mientras que Gaspar Frutuoso, que escribe sus impresiones sobre Canarias a mitad del siglo XVI, dice que está «yendo para la cumbre, no lejos de ella, en una quebrada en una haza pequeña o valle sombrío, por estar en una hondonada, donde el viento no llega duro, sino manso y blando, por lo cual hay continuamente en este lugar una niebla, y si falta a alguna hora del día, no pasa otra que no se concentre 
la niebla sobre el gran árbol».


¿ Cómo «manaba agua ?

Abreu da una explicación natural al fenómeno del Garoé, pero entiende y justifica que los antiguos lo tuvieran por cosa maravillosa y sobrenatural, pues «como cosa de la mano de Dios» ─dice─está puesto allí para remediar a los habitantes de esta isla que no tienen otro remedio de agua

La manera que tiene en el distilar el agua este Árbol Santo o garoe ─relata Abreu─, es que todos los días por las mañanas se levanta una nube o niebla del mar, cerca a este valle, la que va subiendo con el viento Sur o Levante de la marina por la cañada arriba, hasta dar en el frontón; y, como halla allí este árbol espeso, de muchas hojas, asiéntase en él la nube o niebla y recógela en sí, y vase deshaciendo y distilando por las hojas todo el día, como suele hacer cualquier árbol que, después de pasado el aguacero, queda distilando el agua que recogió; y lo mesmo hacen los brezos que están en aquel contorno, cerca de este árbol; sino que, como tienen la hoja más disminuida, no recogen tanta agua como el til, que es muy más ancha; y esa que recogen, también la aprovechan, aunque es poca, que sólo se hace caudal del agua que distila el garoe; la cual es bastante a dar agua para los vecinos y ganados, juntamente con la que queda del invierno recogida por los charcos de los barrancos.

Por su parte, la descripción de Torriani es más naturalista, más desmitificadora, menos poética, como que viene de un ingeniero que a todo quiere someter a las leyes de la razón. 

La maravilla de gotear agua ─dice el ingeniero cremonés─ no es otra cosa, sino que, cuando reina el viento levante, allí en este valle se recogen muchas nieblas que después, con la fuerza del calor solar y del viento, suben poco a poco, hasta que llegan al árbol; y éste detiene la niebla con sus numerosas ramas y hojas, que se empapan como si fuese guata y, no pudiéndola conservar en forma de vapores, la convierte en gotas que recaen espesísimas en el foso.

Por tanto, la maravilla no está tanto en que sea «un» garoé, como en que sea un árbol, cual sea, que esté situado justo en el lugar donde las nubes van a pasar con mayor fuerza para descargar sobre él © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2008